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ENTREVISTA SOBRE HAKOMI




MÉTODO HAKOMI
La era dulce de la terapia
La irreverencia de la dulzura.
Entrevista a Pato Varas Santander en Revista Uno Mismo.

Dentro de los modelos integrativos emergentes en psicología ha surgido una práctica que mantiene una actitud lúdica y experimental en una atmósfera de cariño. Se priva de diagnósticos y evita análisis, con una secuencia que conspira para que -al esquilar miedos y trenzar la aceptación- el significado surja de “adentro”.
Los terapeutas bajaron del Olimpo y los pacientes se levantaron del diván. Una psicoterapia amigable, inspirada en la presencia pacífica y cariñosa, comienza a recorrer las consultas. Ya no se trata de sorprender al paciente con comentarios inteligentes o ácidos. Patricio Varas es el primer chileno que articula con conciencia este tipo de práctica inspirada de Ashland (Oregón, E.E.U.U.) y la enseña, dejando atrás los tiempos en que la catarsis, la confrontación y el lloriqueo se consideraba la mejor forma de contacto sanador. Estamos en la era dulce de la terapia y quienes la ejercitan, la consideran altamente eficaz. “Se trata de fluir”, dice Varas.
En opinión de este profesor de filosofía y terapeuta, convertido en facilitador en el Instituto Esalen californiano en 1977, quien mejor ha sintetizado y actualizado los fundamentos de la psicología humanística y del desarrollo personal es Ron Kurtz -líder indiscutido del método Hakomi- con sus cinco principios.
En este modelo se tiene la confianza que el cambio y crecimiento de una persona está en sus propias manos y que sólo debe ser apoyado (principio de organicidad). Se reconoce que llevar al paciente hacia un estado perceptivo es una herramienta que aumenta la atención sobre sí mismo (principio de plenitud de conciencia).
Se entiende que es un contrasentido el empleo de la manipulación o presión (principio de no violencia).
Supone la indivisibilidad de la interfaz cuerpo-mente (principio de la integración). Y, por último, propone anteponer el sentido de la unidad de la creación (principio de universo participativo).
Establecer un estado de amplitud de conciencia, conectar con el niño sano interior, dejar que se liberen las emociones y darle el significado a la experiencia son sus recursos básicos. Técnicas que provienen del trabajo de focalización corporal de Gene Gendlin, de la administración del movimiento desarrollado por Moshe Feldenkrais, de la licencia bioenergética para la liberación emocional, de la redefinición de las creencias de la Programación Neurolingüística y de la sabiduría Oriental del taoísmo y el budismo.
“Es potente ver cómo los cinco principios del método organizan una terapia no violenta, holística, integradora, con algunas técnicas básicas. Aunque para mi no son sus técnicas lo más importante, sino sus cinco principios, que cuando se encarnan, permite organizar todo el background de conocimientos y experiencias en terapia... Todo se facilita”, dice Varas.
Y asegura que, en particular, asumir el principio de la no violencia es lo más difícil. “Ron Kurtz dice que una persona puede aprender las técnicas en tres años, que puede dominar la metodología en seis años, que puede adquirir la actitud emocional en nueve años, pero para encarnar los principios se requiere al menos de doce años de trabajo. Por eso el Hakomi es un método para terapeutas no diré viejos, pero sí con mucha experiencia”, reconoce.
Este método psicológico pone en evidencia que se ha transitado de la terapia conversacional a la terapia experiencial: suceden cosas concretas y ya no se dialoga con el psicólogo sino que con uno mismo. Y, aún más, ha llegado el momento de captar y reconocer significados de la experiencia desde el interior del paciente. “La terapia no es solamente conversación acerca de algo; es mucho más... Es vivencia, experienciación, experimentación y resignificación de la vida”, manifiesta.
El Hakomi sostiene es que para que las nuevas experiencias puedan llegar a ser posibles tienen que hacerse explícitas las creencias centrales, que no son más que hábitos que surgen al margen del darse cuenta a partir de experiencias, es decir, expectativas, predisposiciones, actitudes, pensamientos y movimientos típicos.

Interacción, no intervención.
La novedad es que no hay intervención, sino interacción: “es un proceso sencillo, humilde... Es la imagen del ermitaño, el viejo sabio, que ilumina desde atrás el sendero al caminante. Y ese es el problema con los gurús: ellos no te acompañan, te llevan de la mano”, afirma.
El concepto de presencia cariñosa desarrollado por el método se refiere a simplemente estar, en lugar de hacer. Calmado, amoroso y atento. Sin apresurarse ni distraerse. Esta empatía y sensibilidad según este método ayuda a crear un sentido profundo de la seguridad, facilitando la conexión del cliente con su interior.
Agrega el terapeuta chileno que el facilitador es “una persona que va detrás con una antorcha, pero va detrás... y calladito, dejando que el que va caminando tenga una conversación consigo mismo al entrar a su propia caverna, su propia montaña. El que va entrando en sí mismo, va caminando con sus propios pies, mirando con sus propios ojos, sacando sus propias conclusiones y va decidiendo por donde se mete. Y el que lo acompaña, lo acompaña incluso en sus errores. Porque quien lo acompaña no ha entrado nunca a esa caverna, sólo en la propia”.
Aunque sintetiza y depura muchas prácticas de Esalen, en el Hakomi se hallan vestigios de las clásicas estrategias gestálticas. Prácticas como la “silla caliente” (sesiones terapéuticas en grupo) o la “silla vacía” (dialogar con el personaje ausente) que ya del puro nombre no daban ganas de sentarse, trocaron hacia una línea amable y no intimidante.
Según Varas, es el concepto de la elegancia en psicología el que se confirmó y organizó en el principio de no violencia: el despliegue de una forma más estética y menos frontal de hacer terapia, “menos abrutada”. Donde los impasses caen por su propio peso y con naturalidad.
En contraste con el típico paradigma inductivo o deductivo, la terapia de Hakomi se concentra en la multiplicidad del ser y la confianza en el proceso curativo espontáneo. Plantean que los cambios son más eficaces porque son propios y no inducidos por otro. “Lo maravilloso del método es que es un metamodelo aplicable a cualquier trabajo terapéutico. Puedes usar los conceptos de biodanza e incorporar los principios del Hakomi, por ejemplo”, explica.
¿Y por qué se llama “Hakomi”? Ron Kurtz cuenta la anécdota: “éramos 19 personas en el verano de 1980, reunidos para estudiar este trabajo y para iniciar un instituto. También tratábamos de encontrarle un nombre.
Hicimos reuniones de lluvia de ideas y no salían sino propuestas tontas. Finalmente, David Winters tuvo un sueño en el que yo le entregaba un papel en el que estaban escritas las palabras "Terapia Hakomi". La palabra no tenía significado para nosotros, aún cuando David pensaba que podía ser una palabra indoamericana. David regresó a casa, en un viaje de ocho horas, y buscó el significado de la palabra en algunos libros de referencia que tenía. Descubrió que es una palabra en la lengua hopi (que a veces se pronuncia "Hakomi") y que tiene dos significados relacionados entre sí. En su uso corriente significa "¿quién eres?". Y en su significado arcaico, "¿cómo te sitúas en relación a todos estos reinos?". Eso nos cayó muy bien. Posteriormente he oído su significado y posibles significados en chino (universal, risa reverente) y en hebreo (este es mi... lugar, existencia, transformación, establecer)”.

Laboratorio humano
Cuenta Patricio Varas que se formó “en una línea muy amorosa”. Y que el método de Kurtz le vino como anillo al dedo: “resume muchas cosas que han estado ocurriendo en terapia humanista”. Así, con lo experimentado en el “supermercado” de talleres de Esalen, Varas articuló un programa que partió formando exclusivamente educadores bajo el alero del Centro de Perfeccionamiento de Profesores. Hoy ese programa tiene calidad de magíster en la Universidad del Mar, con reconocimientos intermedios de postítulo y diplomado (para quienes no tienen título). Y está abierto no sólo a profesionales de la salud mental y la educación, sino a todo público.
El postgrado se prolonga por tres años o etapas que incluyen la fase de experienciación, de comprensión teórica, y de aplicación y dominio metodológico. Siguiendo el enfoque de la psicología humanística y transpersonal, cubre seis áreas de formación: corporal, emocional, integradora y de lenguaje, transpersonal,
interactiva y comunitaria, donde el espíritu del Hakomi se manifiesta en forma permanente con el afinamiento de la sensibilidad y el desarrollo de la percepción de los alumnos.
Tuve la experiencia del programa de Varas a los 24 años sin saber de qué se trataba. Y a los pocos días me encontraba moqueando, gimiendo, blasfemando... en un nido de cariño, cobijo, sensualidad y bondad. Tuve el regocijo de dejar mis sombras a plena canícula y exhalé ternura...
Todo sucede en estos talleres. Bien podría ser un ashram o una comunidad algo hippie donde se refundan modus y estilos para ser y estar en este mundo. Un lugar para abrir los sentidos y el corazón. Y aunque ahora las sillas ya no queman, no quiere decir que uno vaya a salir indemne.
Era la oportunidad para ejercitar el músculo de la valentía y relucir la propia esencia con verdad... Fue algo así como un pucara para detenerse, sentirse y mirarse, donde subterra se reorganizó parte de mi mundo. Tuve la oportunidad de transitar de la incertidumbre al brasero de los lamentos y reclamos y de allí resucitar a la caricia, a la tarde de verano de sol y miel.
Aún recuerdo el anuncio de Yanini Rivera, facilitadora formada por Varas: “este es un laboratorio y puedes permitirte experimentar lo que necesites”. ¡Y vaya qué laboratorio humano! Culminando el mes me asistió la esperanza de que es posible elegir el júbilo y que la transparencia no es un ideal platónico cristiano.
Este año hice carpa nuevamente en el “pucara de Varas”. Sólo dos días. Toda ojos, toda oídos donde otros dialogaron con sus sueños, sintieron sus fantasmas arriba de un puente o cruzando la línea del tren, otros develaron sus huerfanías y abrigos infantiles. Otros cocinaron placeres, esquilaron miedos, hilaron sentido, trenzaron abrazos, fraguaron su vocación de libertad.
Adiós a Woody Allen
“Calculo que la mayoría de mis problemas actuales vienen de traumas y abusos profundos de la niñez, no veo cómo la violencia adicional de un terapeuta me hará mejor”, relata en un foro de Internet una mujer con muchas pasadas terapéuticas a su haber, que descubrió y vivió las bondades del método.
Es que muchos de los que se han sometido a una asistencia sicológica podrían hablar de esa “perversidad” que -mirado desde el otro lado- quiere frustrar la demanda enmascarada y confrontar la “mentira” del paciente.
Ese sentirse pillado por la astucia de la mirada ajena, donde o se culpa al terapeuta por evocar una experiencia particular o se siente atrapado en este interesante y doloroso diálogo. Aunque es llamativa esa evidencia que casi humilla, que puede avergonzar -que incluso provoca cambios- es perfectible. Al menos esa es la propuesta del Hakomi que antepone al forcejeo, el buen trato, la delicadeza, el respeto, la mesura, la sutileza. Y no esa ansiedad por la expresión genuina del cliente, por reavivar el asunto conflictivo, por encarar el bloqueo.
Y aunque el cuento de “no forzar”, “no presionar” se viene diciendo hace tiempo en terapia, el aporte del principio de la no violencia en Hakomi radicaría, según Varas, en que “no se había articulado desde un fundamento filosófico como es el principio de la no violencia”.
Kurtz apunta: “La mayoría de terapeutas que he observado interfieren el proceso que despliega la otra persona. Lo hacen porque necesitan hacer que algo ocurra, en lugar de reconocer que están ahí para ayudara que algo ocurra... Tratan de forzar que las cosas ocurran, experimentando demasiado y haciendo preguntas innecesarias; sumiéndose en su propia curiosidad y en sus ideas acerca de hacia donde quieren que el proceso vaya”.
Se acabó el drama o “la tontería” diría quien lidera el trabajo Hakomi, desafiando abiertamente a la sicología.
La levedad de la presencia se impone con esta propuesta, despojando la sombra kitsch a la terapia. Pues aquí no hay nada que tenga que funcionar, nada que se tenga que re-crear. Ni diálogos a lo Woody Allen ni brillantes reflexiones. No más víctimas ni lloriqueos. Kundera lo dice muy bien: “es la segunda lágrima la que convierte el kitsch en kitsch”. Y el Hakomi ha secado esa segunda lágrima.

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